Los tratamientos contra el envejecimiento, o técnicas anti-aging (anti-edad), son el último grito en salud. En primer lugar porque hay un montón de millonarios en Silicon Valley que quieren ser inmortales. Sergei Brin, cofundador de Google ha invertido 1.000 millones de dólares en un laboratorio dedicado a estudiar el envejecimiento, y como curarlo.
Pero además, parte de ese interés y estímulo económico nos llega en forma de medicamentos, tratamientos y clínicas especializadas, que prometen rejuvenecer a la gente con procedimientos que son en muchos casos caros y poco efectivos.
Quizá lo primero sea que distinguir primero entre unos términos y otros. A día de hoy, el envejecimiento simplemente no se puede detener. En laboratorio se ha conseguido aumentar los años de vida saludables en cinco especies animales con intervenciones en la dieta, químicas o genéticas: gusanos, moscas, peces, ratones y ratas , llegando a casi duplicar la vida de los ratones, y multiplicarla por diez en el caso de los gusanos. Sin embargo ninguna de estas técnicas ha demostrado funcionar en seres humanos. Somos más complicados, y lo que a veces funciona para los ratones fracasa con las personas.
Aunque no sabemos cómo detenerlo, somos expertos en acelerar el envejecimiento. Una de las principales causas del envejecimiento es el estrés oxidativo, producido por los radicales libres, que son un subproducto de ciertos procesos en el interior de nuestras células. Más radicales libres, más oxidación, más viejos.
¿Qué produce radicales libres? Desde luego, el tabaco se lleva el premio en las causas de envejecimiento prematuro. La exposición excesiva al sol hace que las células de la piel envejezcan antes, basta comparar la piel de un pescador de altura con la de una monja de clausura. El estrés crónico, una dieta alta en azúcares y grasas inflamatorias, la falta de sueño, el sedentarismo, todo lo que comúnmente se conoce como «no cuidarse» hace que nuestros cuerpos y, sobre todo, mentes envejezcan antes. La pregunta es si hay una pastilla que contrarreste estos efectos.
La cura de la vejez
El envejecimiento es ya la principal causa de muertes, en un mundo donde las muertes por accidente cada vez son más raras. Aunque son muchos los investigadores que creen que será posible extender la vida de los seres humanos «desactivando» los genes que producen el envejecimiento en nuestras células, otros científicos aseguran que hay una trampa ineludible: si las células siguen funcionando a pleno rendimiento, necesariamente aumentan las probabilidades de sufrir cáncer.
Quizá la respuesta la tenga el tiburón de Groenlandia, que llega a vivir más de 400 años y no sufre de cáncer. Esa es la promesa y la dirección, pero los resultados aún no están ahí.
Aunque no se haya conseguido «hackear» el código del envejecimiento humano, sí se puede actuar sobre las enfermedades causadas por el envejecimiento, y sobre sus síntomas. En algunos casos se trata de reparar el daño causado por la edad, en otros evitar en lo posible acelerar el proceso natural de envejecimiento.
Terapias hormonales
¿Funcionan? A largo plazo, no.
A medida que envejecemos los niveles las hormonas más importantes empiezan a descender. La testosterona, la hormona del crecimiento, los estrógenos o la melatonina han sido todas anunciadas en algún momento como la fuente e la eterna juventud. Pero todas vienen con letra pequeña.
A partir de los 30 años los niveles de testosterona descienden tanto en hombres como en mujeres, y esto tiene efectos devastadores: más grasa, menos libido, menos densidad ósea, menos músculo, y menos motivación y ganas de vivir. La terapia sustitutiva de la testosterona en hombres puede aliviar estos síntomas, sobre todo en los jóvenes, pero en realidad no retrasa el envejecimiento, y viene acompañada de un mayor riesgo de trombosis y cáncer de próstata en hombres mayores.
Lo mismo ocurre con el uso de estrógenos en la mujeres, que puede aumentar el riesgo de cáncer de mama. La suplementación con con hormona del crecimiento o IGF-1, el factor de crecimiento insulínico, hace que los pacientes se sientan mejor inmediatamente, pero los estudios indican que al final viven menos años.
El DHEA, un precursor de la testosterona y los estrógenos, tiene un mejor historial, y se puede conseguir como suplemento sin receta. Numerosos estudios dicen que mejora los síntomas de la baja testosterona y estrógenos, pero otros tantos no encuentran ningún efecto significativo.
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Antioxidantes
¿Funcionan? Solo si te faltan.
Una buena parte del envejecimiento es que nos oxidamos. Somos una máquina térmica que quema azúcares y grasa para convertirlos en energía, y esas reacciones necesitan oxígeno. El oxígeno, en forma de radicales libres, es tan corrosivo para nosotros como lo es para el hierro a la intemperie. Por eso nuestro cuerpo tiene implantado un sistema de protección contra la corrosión por medio de antioxidantes.
Los antioxidantes más comunes son las vitaminas A, C, E y la coenzima Q10. Si nos faltan estos compuestos en nuestra dieta, la oxidación y el envejecimiento se aceleran, y por eso es importante consumirlas. Sin embargo, no hay pruebas de que tomando un montón adicional de estas vitaminas se pueda retrasar el envejecimiento. Las pruebas con ratones muestran que la vitamina C no detiene el envejecimiento, porque la protección extra del suplemento se compensa con una menor protección interna.
Lo mismo ocurre con el resveratrol, ese antioxidante presente en el vino tinto y el chocolate, y aunque en los ratones mejora la esperanza de vida y los síntomas de las enfermedades asociadas al envejecimiento, como las cardiovasculares, no es una excusa para empinar el codo, ya que las dosis equivalen a docenas de botellas de vino al día. En general, se puede decir que la falta de antioxidantes te envejece más, pero ningún antioxidante funciona para detener el envejecimiento.
La restricción calórica
¿Funciona? A veces.
Este parece un método evidente. Si nos oxidamos un poco más cada vez que comemos, si comemos menos, nos oxidaremos más lentamente, ¿no? Y así es, se ha comprobado que al restringir la cantidad de alimento entre un 10 y un 40% se consigue alargar en diez veces la vida de las levaduras o en un 40% la de los ratones. Experimentos más recientes han conseguido regalarles entre 7 y 14 años a los monos Rhesus.
De nuevo, en los seres humanos no está tan claro. Como era de esperar, la restricción calórica sí mejora la esperanza de vida de personas que sufren de obesidad o sobrepeso, es decir, funciona para la mitad de la humanidad. Pero no se ha podido comprobar que haga que las personas sanas y delgadas vivan más. Como dice el chiste, si comes menos puede que no vivas más años, pero te parecerán más largos.
Si bien reducir nuestras calorías diarias en un 20% puede ser difícil, se ha comprobado que estrategias como el ayuno intermitente son igualmente efectivas, y más llevaderas.
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Levantar pesas
¿Funciona? Sí.
La de la foto es Ernestine Shepherd, y tiene 79 años. Empezó a levantar pesas con 56, corre maratones, y tiene una dieta típica de los atletas, compuesta de muchas verduras, patatas, arroz, pescado, pollo y huevos.
Un síntoma evidente del envejecimiento es la pérdida de masa muscular. A partir de los 30 años las personas que no hacen ejercicio pierden entre un 3 y un 5% de músculo cada diez años. Las consecuencias son bastante malas: mayor riesgo de osteoporosis y fracturas, metabolismo reducido, mayor acumulación de grasa, y por tanto, mayor riesgo de diabetes y enfermedades cardiovasculares.
Todo el mundo sabe que el deporte es bueno, pero hasta hace poco no se había estudiado cómo afecta el ejercicio al interior de las células, y qué tipo de ejercicio funciona mejor. En un reciente estudio de la clínica Mayo se compararon los resultados con personas sedentarias, mayores y jóvenes, que tuvieron que hacer o bien ejercicios intensos de intervalos o bien ejercicio moderado durante 30 minutos.
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Los resultados fueron los esperados, con las personas que hacían pesas ganando fuerza y masa muscular. Pero al mirar en el interior de las células vino la sorpresa. En las personas jóvenes los intervalos de alta intensidad habían cambiado la expresión de 274 genes, comparados con 170 para quienes hacían ejercicio moderado. Pero en las personas mayores que hacían intervalos, comparados con solo 19 genes para el ejercicio moderado.
Los genes que se «activaban» con el ejercicio intenso eran precisamente los que se desactivan con la edad, y que afectan a la capacidad de las mitocondrias, las centrales energéticas de las células. Según los investigadores, el ejercicio «corrigió» el declive de los músculos asociado con la edad. Algo que otros estudios corroboran: el ejercicio intenso aumenta la esperanza de vida. Por el momento, esta parece ser la única receta contra el envejecimiento que funciona de verdad.